Entre octubre y marzo, el río Ebro, sus acequias y canales esconden una de las gemas gastronómicas más apreciadas: los alevines de la anguila, las soñadas angulas. Acompañamos a los especialistas de Roset en una noche de pesca.

Viernes 23 de noviembre. Cae la tarde en el delta del Ebro. En las márgenes del río, acequias y canales que confluyen en el mar, los pescadores se afanan en colocar las trampas -el bussó, un sencillo aparejo constituido por un receptáculo poliédrico de madera o hierro, con malla de fibra de hierro plastificada en forma de embudo, cuya base se coloca de cara a la corriente, para que los alevines de la anguila entren y no consigan salir-, con parsimonia aunque sin mucha fe. Los atardeceres de los últimos días de noviembre suelen regalar las panorámicas más bellas en este gran humedal, que con sus más de 320 km2 constituye uno de los hábitats acuáticos más importantes del Mediterráneo occidental.